Cuando entré a la redacción de La Prensa el 18 de enero de 1970, como un intruso inhibido con su futuro borroso, no tenía idea de lo que me esperaba. A mis 26 años, sin haber podido utilizar adecuadamente la cuota de inteligencia que todos tenemos en diferentes tamaños, se trataba de una aventura. Conocía mucho de deportes por haber sido vago a tiempo casi completo persiguiendo a los atletas caseros hasta en los entrenamientos, comprando con el dinero del vigorón escolar y algunos trabajitos ocasionales varias revistas desde 1961, además de leer los periódicos que mi padre compraba, y escuchar diariamente programas como los de Sucre Frech y “El Dinámico” Rubí, pero carecía de formación para el periodismo: no sabía escribir en máquina, mi ortografía se movía entre escombros, redactaba en base de lo que había leído, y nunca había recibido la menor orientación. Así que, siendo mal estudiante de ingeniería, trabajando como dibujante y topógrafo en la oficina del Ing Agustín Chan -donde también lo hacían Nicho Marenco y Roberto Urroz como profesionales-, pese a ver mi futuro limitado por la falta de aplicación en una carrera que veía tan difícil como escalar un Volcán descalzo, no podía atreverme a solicitar oportunidad en un periódico, mucho menos en La Prensa.
De la nada, apareció la oportunidad que grafica Picasso. Aprovechando ausencia de cronistas, escribí a mano una nota de Atletismo sobre la presencia del medallista olímpico mexicano José Pedraza y el finalista de los 5 mil metros Juan Martínez, que vinieron a ofrecer una exhibición ante solo una docena de personas en el gigantesco estadio Nacional. Carlos Cedeño, un amigo que trabajaba con el Dr. Chamorro, llevó la nota, Horacio Ruiz la leyó, Danilo Aguirre la chequeó y la publicó, y ambos se interesaron en hablar conmigo y abrirme inesperadamente un espacio semanal que se titulaba Resumen Deportivo. De pronto, yo estaba presentándole la renuncia al Ing Chang, dejando atrás un salario de 1,100 córdobas que, cuando se ha vivido por tanto tiempo abrazado a la pobreza y con las ilusiones deshilachándose, me hacía sentir realizado. La oferta inicial en La Prensa para alguien sometido a prueba, fue de 450 córdobas, 15 cada día. No crean que en 1970 eso era grande. Exactamente fue mi salario cuando trabajé en el Plantel de Carreteras. Pisé el acelerador a fondo y antes de un año me nombraron Jefe de Deportes en La Prensa y posteriormente, mientras pasaba el tiempo como en Casablanca, lo fui en El Nuevo Diario y Barricada. Todavía un récord.
En radio, también ese año de 1970, me inició Manuel Espinoza en Extra, y más adelante en Televisión, metiéndome al staff de ExtraVisión. Es decir, tengo también 50 años de salir hacia el trabajo antes de las 6 de la mañana. Siempre desconfié de mi mi voz tan irregular. No, yo no era para radio. Quien me quitó el miedo al micrófono fue Fabio Gadea en Radio Corporación, encontrándome en esa emisora con Otto de la Rocha y Carlos Mejía, sosteniendo con ellos una amistad sin interrupción. Miro hacia atrás y no he olvidado mis primeros días en busca de inspiraciones en La Prensa. Me las proporcionaba una vieja máquina Remington al borde del descarte que no hubiera desentonado en cualquiera de las Carabelas de Colón, facilitada por ese gran periodista que siempre fue Chepe Chico Borgen. Recuerdo que en ese tiempo, tenía pelo y mucho. Por 10 años, estuve trabajando en esa empresa encabezada por Pedro Joaquín Chamorro, regresando del 2000 al 2007. Esa fue mi “Universidad” para hacerme “a la brava” intentando mejorar día a día. He publicado no sé cuantas revistas y publicado 11 libros entre El Mundial Nica y el de Roberto Clemente. Espero cerrar el ciclo con el número 12, ¡Pónganle sello!, que pienso publicar en diciembre con motivo de los 40 años del programa Doble Play el 2 de enero del 2021. A mis casi 76 años, sé que nadie es dueño del próximo instante, pero ojalá pueda lograrlo. Cada vez que pienso en el retiro, hundo las naves como Hernán Cortés para seguir hacia delante.